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Espía personal.

(Foto-edición: Passofinno)
ESPÍA PERSONAL
Seis meses vigilando al nuevo vecino.

Parodia subjetiva a contrapropuesta simétrica de adaptación antónima en orden paralelo de la crónica de Andrés Felipe  Solano: “Seis meses con el salario mínimo":

  

Capítulo I:

1). De austeridad y celibato, fue la primera impresión que me causó el nuevo vecino al llegar a la casa de los Carrasquilla. Me supongo que la monocromática vida que debe de llevar, sólo la divide esos dos votos.
Se le ve cansado, pálido un poco, hasta las gafas le pesan. De seguro le tocó dormir el día anterior en una covacha de mala muerte en esas residencias del centro, donde todo huele a pecueca y creolina.
Trae una maleta en la que no habrá más de dos o tres mudas de ropa y uno que otro artículo personal. No suelta el periódico de una de sus manos, lo aferra como si fuera su salvación; desde acá alcanzo a visualizar parte de la sección de los clasificados, debe estar buscando empleo y pieza; por lo que toca, una de dos ya encontró.
A vuelo de pájaro se le ve que es soltero, sin hijos ni de obligaciones con los padres. Por su acento cuando habla creo que es rolo, de algo debe estar huyendo, ojala no sea un sicópata, un asesino en serie o un soplón de los otros combos; pero no, que va, esas manos que tiene no pueden haber cargado algo más pesado que una pluma.

De soslayo, a primera vista se parece un poco a Johnny Deep, y de refilón frentero a Uribito; siendo este honesto impostor (como he decidido llamarlo), de cabello oscuro, un poco más copioso y con más mota, así esté recién motilado. No tiene cara de jugador de dados pero tampoco de buenos amigos, puede ser por la timidez de nerd que manifiesta o por el mismo cansancio; es como si él no fuera él u otro quisiera ser. Parece un cusumbo solo, de esos de la generación del Bon- bon- bum.
Hoy le figuró llegar con un clima primaveral que es mentira y que cada día está más loco en la Bella Villa, el sofoco es el que manda, quizá también es por eso que trae tan mala cara, a lo mejor está desilusionado. Si es así, muy pronto se dará cuenta de que los únicos culpables de este rifirrafe de sol y lluvia son los que tumban la selva para sembrar coca ¡eso retumba!

2). No sé porqué ayer, después de ver llegar al honesto impostor, se me metió entre sien y sien, que ese parcerito tiene su guardado. De verdad son muchos los detalles en tan corto tiempo que en vez de sumar, restan en su contra; las matemáticas no me cuadran, para la muestra un botón:
Primero: Su apariencia no es de estrato dos, es anacrónico que se venga a vivir al barrio Santa Inés.
Segundo: Tiene mirada de lince y a la vez de búho observador; por lo tanto, no es ni tan tonto.
Tercero: No me late que sea rico pero tampoco que sea pobre. Si en verdad es pobre, debe ser un nuevo vergonzante fiel alumno de la filosofía de Pambelé (“Es mejor ser rico que pobre”), pero en los deseos, no en la realidad.
Cuarto: No camina como los que andamos por estos barrios –dos pasos para adelante, uno para atrás-, como flotando o si fuera a volar-…Tiene aún el camaján sin estrenar.


Esa misma noche casi no me duermo, reblujé el duerme vela a más no poder. Pensar en lo que se trae el nuevo vecino, en lo que debe estar tramando, pone a hurgar mi curiosidad. Creo que me estoy obsesionando por descubrir la verdad. Sin que él lo sepa, seré desde hoy en adelante su espía personal.

Sin querer queriendo, en contra de mi voluntad me fui durmiendo, y desde esa noche hasta este día he tenido los más raros sueños. Yo, que tengo fama de interpretarlos bien (por eso me llaman el Señor de los sueños), no he podido con estos, no estoy a gusto con las respuestas que me doy.

Uno de los primeros sueños fue como un anagrama de imágenes. En él veía una olla ahumada donde la pátina había hecho bien su trabajo. Dentro de ella –al timbrar un teléfono público-, salía como por encanto una revista pornográfica, que de inmediato se escondía en el bolsillo trasero de un bluyín junto con los ojos del nuevo inquilino de los Carrasquilla.

En otro sueño de colores sepia, una mujer bella y muy joven caminaba desnuda por todas las calles de este barrio. De pronto, se detenía ante un samán frondoso y corpulento, estoico como un espartano. Se alisaba con las manos su largo cabello que no cesaba de crecer, el mismo que le cubría dócilmente sus senos y lograba ocultar sus partes nobles; quien intentaba tocarla quedaba ciego.

Uno de los sueños más recientes es recurrente a otros, de lo hipnagógico transita al sueño donde las imágenes empiezan a emerger, se distorsionan y cambian de velocidad, la mayoría son en cámara lenta: Un joven alto de flacura enfermiza y acné juvenil, está en una casa lineal de doce habitaciones, va de puerta en puerta preguntando por unos calzoncillos negros que perdió. Cuando los encuentra se trasforma en Firmin -el ratón de biblioteca de Sam Savage- y empieza a devorar cuanto libro halla; de vez en vez ladea la cabeza, y al mirar una gran y lujosa cocina integral empotrada en un lugar no adecuado, grita con voz chillona: -¡Frijoles, me gustan los frijoles!-

Por lo visto tendré que esperar más de seis meses para saber con exactitud sus significados, pues esta clase de sueños por lo regular se descifran con el tiempo, muchas veces la respuesta en los oídos nos respira y la ignoramos hasta que el indicado, de uno de los mil Oniros así lo quiera. Las cosas son como son y no hay discusión, así es la filosofía de la vida.


3). Lo he visto varias veces en la terraza de la casa donde ahora vive (antes era de ladrillo desnudo hoy tiene revoque). Cuando arrima a la pérgola se pone la mano en la frente como divisando el horizonte o estuviera haciendo un saludo militar, aunque me inclino a creer que se pone a imitar a Rodrigo de Triana.
Casi siempre lleva un mapa en la otra mano y lo mira constantemente ¿Será que espera un ovni o verifica coordenadas para dárselas a alguien?... ¡Vaya usted a saber!
Si miro en su misma dirección hasta donde él extiende su mirada, solo alcanzo a ver el pico de montaña donde fue construido el barrio durante los años setenta.
Puede ser que este man está deschavetado, entre más lo veo haciendo estas cosas más me convenzo de que es un espía o un sicópata, sobre todo cuando empieza a fumar como loco un cigarrillo tras otro escribiendo con los espectros del humo una oración y dejando en el ambiente un soberano olor a vainilla. Me late que es marihuana y le revuelve picadillo de esa cosa olorosa para despistar que huela a bareta, así lo hacía yo en mis épocas de perdulario, la diferencia es que yo revolvía mis puchos con pedacitos secos de hojas de brevo. ¡Dios las conjeturas me desesperan, siempre he preferido las letras claras y franco el columbrar, sin adivinanzas pues!

Llevo dos meses detrás de él con más diplomacia que sigilo –o sea, con todo el arte del engaño, la artimaña total-, y como sé que soy casi invisible no me preocupa que sospeche que lo persigo, estoy seguro que no lo notará.
Digo lo de invisible por lo anacoreta. Soy de una parte y vivo en todas a la vez, en cada una de ellas nadie se percata de quién o que soy, paso desapercibido siempre como el solitario penitente que todos ven y en la memoria resbala.
Cuando saludo a alguien, sospecho que se queda pensando donde fue que me vio la última vez, soy lo más cercano a un dèjá vu, deberían llamarme conciencia.
Todos los que me conocen saben que existo pero me ignoran, no me determinan, aprendí a convivir en sus olvidos y a sobrevivir con mis silencios; anodina y lacónica es la semiología de mi vida. Por eso será que el mismo destino me trata como un cero a la izquierda, me hace seguir a quien no debo hacerlo –no sé por qué ni para qué, viéndolo bien ni me debería importar- pero aquí estoy detrás de él a las 6:05 a.m dispuesto todo el día a calcar sus pasos, quiero averiguar un poco más de lo que ya sé y para eso necesito respirar de cerca su mismo aire.

Tigrillo, uno de los caciques del barrio se acerca a saludarlo, le aprieta fuerte la mano como es su costumbre, es la primera vez que lo hace, ya lo distingue, pero no me extraña, se veía venir, este muchacho se está ganando de todos el respeto y a mí me está quitando dudas.
Ese saludo de uno de los que imparten justicia fue para él como un bautizo o más bien una especie de salvoconducto, aspira y espira satisfecho, se siente más liviano. A pesar de su seriedad, el aspecto de universitario, la camisa crema de manga larga arremangada hasta los codos, tula negra al hombro y tenis trocheros; ese pelao ya tiene pinta de bacán.

Pero esto no quita que sigamos haciendo fila para el colectivo donde solo hay cupo para cuatro, vale un poco más pero es más rápido. Nos llevará hasta el parque San Antonio, donde él subirá a un bus para ir hasta el barrio Guayabal y a las 6:45 a.m. entrará a marcar tarjeta  en una fabrica de ropa con nombre ItalianoTutto colore S.A. -creo que se llama- donde se emplea como bodeguero ganando el salario mínimo.

No sé cómo hace la gente honrada para vivir con esa miseria de sueldo, si esa porquería de estipendio solo alcanza para comprar chucherías, pagar en el bus las canciones atonales del rebusque y dar las propinas del mes en los semáforos. Definitivamente con esta clase de jornal se está a un paso de ser un delincuente, es que `vivir sin dinero es como andar desnudo por la calle’ ¡El salario mínimo ofende!

Lo de bodeguero y el salario mínimo lo escuché de la voz edulcorada de doña Lucero, cierta vez que ella hablaba por teléfono con una amiga –es que cuando uno está de espía, las orejas se trasforman en antenas y las casualidades son pan de cada día-.

Hace ya como un mes atrás que fui a su casa con un conocido, a pedir un presupuesto a su esposo para restaurar una finca en Fredonia, la tierra de las brujas. Lo hice por curiosidad de metiche y así conocer más de cómo vive el honesto impostor.
Al abrir la puerta, con un amable gesto (característico en ella), nos invitó a seguir. Con doble ademán de su mano derecha nos señaló el sentarnos y a que esperáramos un momento sin dejar de hablar con su amiga a quien ponía al tanto de lo que sabía de su nuevo inquilino. Le decía: que él no era ningún vago, ni tipo peligroso, que era muy educado, con porte de argentino y hasta inteligente, que ella lo tenía muy analizado y que a veces había que sacarle las palabras con ganzúa; que le habían cogido mucho cariño e incluso Guillermo (su esposo, que a veces es tan apático y seriote), había puesto en la mesita de la sala un portaretratos con la foto de él junto a las de la familia; hasta Astrid (su hija, la núbil y simpática pelirroja) le había brindado su amistad desde el primer día. Que recién llegado el huésped, ella (Astrid), lo invitó a escuchar salsa en Latina Estéreo y entre conversa y conversa se tomaron una  botella de tequila. Se comprenden los dos, tienen sus afinidades. La comunicación debe ser…

Por lo que pude percibir de esa conversación telefónica y de mi aprovechada imprudencia, es que se ha ganado la confianza de los Carrasquilla que son gente buena y honrada, por eso ellos son los únicos que cuando los saludo no se asombran.


Son las siete de la noche y acaba de salir de la fábrica, creo que escogí el día más rutinario para vigilarlo, debió haber sido un fin de semana.
Va directo al paradero de la ruta 069, en la fila hay cinco personas, con él ya son seis.
Dos, son mujeres mayores, un poco veteranas que no paran de hablar, lo hacen hasta por los codos y se turnan para reírse entre chisme y chiste.
Otra, es un señor sonriente que huele a quesito debe ser por las cantinas de leche que están a su lado. Una más, es otro hombre de rostro espetado y que es trunco del pie derecho. Hay también una joven que parece más una niña -o tal vez si lo es-, y está embarazada a la nueva moda. Come unos churros fresquitos aún calientes que han despertado y desesperado el apetito de todos.
El hambre gruñe; me parece escuchar del bodeguero borborigmos en su estómago, no le quita los ojos de encima a los churros y a la joven niña; se le hace agua la boca al saborear con sus labios cada mordisco que ella les da, no deja de mirar también a cada rato uno de sus zapatos como si tuviera pegado un chicle.
Hambre, preocupación y cansancio son los mohines de su faz, esta noche no hará rondas por el centro, se irá ligero a sus lugares comunes: Casa, cama, TV... Estuve como una babieca esperando en cada esquina para nada, el día de hoy se perdió, me quedé como el ternero ¡Muuú!…

En la fila, ahora somos siete, como lo es la hora y lo son las siete vidas del gato ¡Míau!


4). El hielo que trajo de la capital se ha ido descongelando, lo que estaba a cal y canto también fue cayendo.

Tres meses después de su llegada ya le está brotando la semilla paisa y la malicia indígena le empezó a descascarar. Andar por estos lados contamina (en el buen sentido de la palabra), y si se vive un buen tiempo en estas tierras, el olor a silvestre, hierba fresca y monte se le impregna, también la alegría. Inefable es nuestra idiosincrasia.

Ya camina más suelto, con más confianza; así lo he visto cuando pasa raudo y con gríngolas por el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, o muy emotivo por la acera del colegio San Lorenzo de Aburrá, que por cierto ha mejorado su nivel educativo, impulsado por proyectos de un Medellín digital, una novedosa creatividad lúdica por la sana convivencia y una restauradora educación sexual con la que se logrará disminuir en un buen porcentaje los embarazos de las alumnas.


Casi todos los miércoles son sagrados para él, baja alegre por la calle –llevando en sus manos un paquete de críspetas acarameladas-, hacia la cancha de futbol donde las vecinas de este barrio y otros vecindarios como El Pomar, El Raizal, Brasilia, Campo Valdez y La Piñuela, practican sus agitadas clases de aeróbicos. Los ojos se le quieren salir de sus lentes y es tanto el deleite con estas coreografías que las dioptrías no parecen reñir en él.

Los viernes en la noche, sábados y domingos cambia su aburrida rutina de casa trabajo, trabajo casa. En alguno de esos días lo veo en compañía de Astrid contagiándose de su energía, pues esa muchacha tiene una vitalidad que por donde pasa surge un huracán. Dicen sus amigos que se encrespa con gran habilidad las pestañas con un cuchillo. Quién sabe cómo lo hará, pero debe ser verdad porque parece abanicarse con ellas cada vez que abre y cierra los ojos.

Ella es como una guía para él, una especie de ángel de la guarda. Ella lo considera su nuevo mejor amigo, y él a ella como muy buena amiga, muy buena hija, muy buena tía, muy buena hermana, mejor dicho: ¡muy buena en todos los sentidos!
Yo he sido testigo también de esa bondad. No hace poco trajo unos mariachis para que le cantaran una serenata a su mamá en el día del cumpleaños, y desde que trabaja en la universidad donde se gradúo como comunicadora social, le ha mejorado la vida a sus viejos, se preocupa por ellos, no olvida los detalles, sabe que `compartir es el secreto de vivir ´ y como dice el padre Calixto: “Compartir no es un gasto sino una inversión que casi siempre renta en los momentos más difíciles ´… Esa muchacha tiene el sello de los buenos hijos.


En otra ocasión, de esos días sin rutina –creo que fue un sábado por la tarde-, la vi con su nuevo mejor amigo en una clase de Tour siniestro contándole cosas mientras le señalaba lugares donde una generación de jóvenes asesinados cayó por sus codicias y guerras absurdas.
Le indicaba las casas que ocupaban por trincheras y guaridas para sus balaceras y vueltas macabras. La panadería donde lanzaron una granada, la explosión por intimidación a otros locales, los llantos, gestos y gritos de horror y terror en las puertas y ventanas. El chantaje de las cuentas de cobro, la vacuna de la extorsión en su reino, las esquirlas sangrientas que perforaban gargantas, manos, pies, ¡piel!... a las calles que si las señalaran con cruces donde muchos murieron, pintarían el pavimento sin dejar un centímetro al descubierto.
La pelirroja no escatimó esfuerzos para mostrarle todo esa tarde; hasta el botadero de cadáveres, ese lugar frío que llora por si solo y llaman “el desierto”.

En ese tenebroso lugar detuvieron el tiempo, él le dedicó mucho interés, le llamó demasiado la atención, lo miró al derecho y al revés, olfateó el terreno, parecía tomar medidas con las cuartas de las manos. Draconiano, se erguía en sus 1,85 cm. o más de estatura, luego se inclinaba, miraba de reojo negando con la cabeza como sin querer creer lo que Astrid le estaba contando.

Cuando yo paso por ahí siempre tiemblo. Debo confesar que verlo allí, así fuera en la compañía de Astrid, me dejó nervioso. Algunas dudas de su comportamiento que sospechaba peligroso y creía superadas, volvieron a ocupar por momentos y con creces sus sitios en mis conjeturas, tendré que volver a sacar esos demonios…

¿Será que piensa volver activar ese lugar?... ¿Es, acaso esa, su misión secreta?... ¡No faltaba mas, Diosito no lo quiera ni la virgencita lo permita!

Lo que si tendré que descartar es que no será una pista de aterrizaje para ovnis, el lugar es muy pequeño para ello.

Capitulo II.

Se mueve de aquí para allí, de allá para acá con la agilidad de un pez vela; se le nota el afán de conocer y el de entender no lo disimula. Si sigue así con esas ganas de pertenecer, dejará sus huellas e historia –con fama de la buena o de la mala-, por estas calles de Dios que antes fueron un hervidero de bandas criminales, hampones sin corazón, sicarios sin alma como los de La Terraza, los Chiches, los del Diablo y sus hijos, los paracos del Bloque Metro y Cacique Nutibara (que aún, a estas alturas, después de desmovilizados siguen cobrando un salario mínimo por los pactos con el gobierno al cual le hacen conejo), decretaban toques de queda desde las  seis de la tarde y un sin fin de leyes crueles, que si alguien quería morirse no era sino que osara desobedecer cualquiera de esas tontas reglas. Claro, que también se podría uno morir si a ellos les daba la gana, si se  “enamoraban” de uno o le cogían “la mala” como dicen ellos en su maltratado parlache.

Todo funcionaba según el genio de don Berna, y sus tantos otros secuaces. Un ejército de “lavaperros” que como la mala hierba no se pueden arrancar y no dejan de crecer como el rabo de Satán. La tal `bernabilidad ´, así llamaban a ese código de la muerte.

Complejo de dioses tienen los que se alimentan del miedo de los vecinos, si se comieran sus propios miedos que han disfrazado de guapos, jamás tendrían hambre, estarían siempre llenos, vivirían ahítos y perfumados en sus vómitos. Son más cobardes que sus propias sombras, si es que tienen.

Después de la operación Orión realizada por el ejército en la comuna trece, y de unas supuestas entregas de sometimiento a la justicia de pandillas y combos; ha repercutido por otras zonas y en especial en esta comuna tres, una calma chicha que así podríamos llamar. Se goza de una tranquilidad a cuenta gotas sin fronteras invisibles. La gente esta un poco más alegre pero en el fondo desconfía.
Es muy difícil, de buenas a primeras, acabar con un mal que ha echado raíces y permisivamente se ha dejado crecer. Todos saben que el mal sigue agazapado a salto de mata, la injusticia social lo alimenta, y la corrupción administrativa lo viste de camuflado para la guerra.

Cuando se barre la casa y la basura se echa debajo de las alfombras, el morrito tarde que temprano se nota y el olorcito a mugre se hace insoportable, es casi lo mismo que montar en las ancas de un tigre, rapidito termina el jinete en sus fauces y la piel peinada por sus garras.
Nada raro que en un futuro no muy lejano –ojalá me equivoque-, vuelva y se desaten las hordas criminales, se apoderen nuevamente de las calles invadiendo de pesadillas a los barrios.
La política de seguridad democrática aún esta en pañales y huele a popó.

Todos somos responsables del bien y del mal, con el silencio y los de la vista gorda nos hacemos cómplice y más culpables.


Hoy es día de clásico, domingo futbolero. Mi equipo del alma: El Deportivo Independiente Medellín (DIM.), el poderoso de la montaña, juega contra Atlético Nacional, su eterno rival. Pero esta clase de partidos se han vuelto peligrosos, ya no se siente lo mismo como cuando uno iba al estadio o se escuchaban en la radio. La violencia que generan los hinchas es la verdadera protagonista y le quita toda la gracia a la contienda, es más cuestión de orgullo mezquino que de espíritu deportivo lo que produce esa batalla campal.
Desde muy temprano empiezan las escaramuzas. La de hoy por ejemplo, fue hace un momento mientras veía al `honesto impostor ´ en las escaleras de la casa del frente con sus chanclas habituales de domingos en la mañana, y esa expresión en su rostro de los que viven sin afanes.

Una 4x4, con vidrios polarizados, pasó lentamente por la calle como si esta fuera de algodón. Tenía puesta en la capota una bandera extendida del `medallo ´ (D.I.M). Al acercarse a un muro donde está dibujada la imagen de Andrés Escobar; uno de los que van en el vehículo saca por la ventanilla una de sus manos y con el dedo cordial (medio del corazón), hace un gesto obsceno que ofende en un dos por tres a los muchachos que allí están… Las groserías no se hacen esperar y los insultos van y vienen subiendo de tono. Se hacen ademanes de agredirse, incluso, alguno de ellos le pega un golpe a una puerta del carro.
Yo espero inactivo el sonido de los tiros y antes de cerrar los ojos, vi al bodeguero pálido, inmóvil, blanco como un papel. Le temblaban como a mí las piernas, con esa canillera que dan los sustos a mansalva. Hoy fuimos los dos, mielgos de miedo.

No se armó más la baraúnda solo por tres cosas: La primera, porque Dios es muy grande. La segunda porque no era nuestro día y la tercera y última fue la que les detuvo las manos, y es esa orden expresa a obedecer que para matar a alguien, tienen que pedir permiso al cartel de las locas y besar culos para la autorización…. Pero todos sabemos que eso no se queda así, bajo cuerda, a lo mejor se hincha más tarde.


Al fútbol que es una de mis pasiones, cada día le tengo más asco. Los verdaderos aficionados detestamos la violencia, solo aceptamos ser fuertes en el juego pero nunca mal intencionados. Ganar es bueno y reconforta cuando se hace con respeto y admiración por el adversario. Además, en los partidos de fútbol se están cogiendo muchas mañas, los jugadores hacen teatro y simulan faltas para que les regalen un penalty, fingen dolores como mariquitas cada cinco minutos, son muy flojos; la mayor parte de los dos tiempos se la pasan sonando mocos y escupiendo cada segundo como si estuvieran dopados ¡buuaágh! ¡Húacala! ¡Cochinos! ¡Puercos!

Al fútbol como espectáculo lo acabaron los amañados técnicos, desperdician al calidoso y obstruyen las creaciones del crack con sus tácticas baratas y  malas estrategias.
Los esclavistas empresarios lo narcotizaron, todo lo vuelven mercancía, y los árbitros corruptos terminaron por sepultarlo.

Capitulo III.

1.) Debo reconocer que soy obsesivo con lo que me propongo, pero también decaigo fácil en los intentos a largo plazo si no hay motivación. A veces, en esto de ser espía personal me aburro más que un caballo en un balcón, y no he puesto el 100% de interés porque los libre-pensadores como yo siempre hacemos lo que nos da la gana, y muchas veces la gana me gana.

Muy temprano en la mañana me encontré frente a frente con él, ni me saludó ni lo saludé. Me imagino que él no me vio por lo bajito que soy, 1,67cm o menos de estatura no es de gente alta.
Yo si lo vi, pero creo que sin ponernos de acuerdo tenemos pacto de invisibles.

Iba sonriente y de afán, como si este martes 3 de julio fuera a celebrar algo por ser quizás una fecha especial en su calendario.

No hace más de un mes lo vi igual o mejor, llegaba del trabajo con una satisfacción que no le cabía en la cara, parecía como si le hubieran pagado el doble.
Traía en las manos una bolsa de donde le salía parte de un paquete de galletas wafer’s; se reía solo, como se ríen los que de sus picardías se acuerdan (el dèjá vu de los bobos lo llaman), y tenía además esa mirada ida de los enamorados que hacen del pecado algo sagrado.
Pero a los días siguientes lo vi cabizbajo, triste, como desesperado, poseía un reconcomio o tic raro en el hombro derecho, le tallaban los zapatos al caminar (dicen que a uno se le hinchan los pies cuando  tiene necesidades de plata). Una barba pueril, descuidada y sin afeitar -como si estuviera en huelga con las cuchillas-, le estaba surgiendo; la nariz estaba  roja y los ojos apagados como si le pesaran los  parpados ¿sería gripa?
Tenía el ánimo igual a los que le retrasan la quincena, desarmado igual como un cubo de Rubik, la molestia se le notaba a la legua y las ansias de dinero se le veían cuando pasaba cerca de la prendería, o veía transitar en la moto a los pillos del “pagadiario”.

Pero por muchas necesidades que haya tenido en esos días, lo creo muy sensato para no tener tratos, ni negocios, ni meterse en líos con los chupasangres del cuentagotas; ese chico tiene más de dos dedos de frente y no estaría dispuesto a pagar en 40 días intereses del 20%, eso solo lo hacen los ganosos, los viciosos o los muy necesitados que han perdido toda esperanza y creen encontrar en estos asesinos usureros el camino al cielo que en verdad será su atajo al infierno.
No me explico por qué el gobierno no ha hecho nada contra esos delincuentes para acabar con ese carrusel de la infamia, parece que fuera su compinche, nada raro debe ser que tengan su mordida, pues cuando a la sociedad la explotan de esta manera, gobierno y ladrones tienen mínimo en las manos los dedos untados. Por eso es que no reaccionan a favor de los oprimidos, el rédito es diario con la miseria del pueblo ¡Guepajé!


2). Hoy es un día de asueto y no voy a seguirle los pasos a quien se los debería seguir. Ya conozco sus vicios idiomáticos y esas muletillas que lo hacen tan predecible, si me animo más tarde, estoy seguro que con el solo olfato doy pronto con él.

Quiero caminar un poco por el barrio, observar cosas que alimenten mis soliloquios como ese tascar fuerte - a la misma vez que orina-  del caballo de la zorra que bota los escombros donde construyen un segundo piso; que por cierto, si no sacan al patas de ahí se les va a volver una catedral, son muy lentos los albañiles y el desanimo con que lo hacen es muy evidente. Desde hace más de cuatro meses que llevo vigilando al nuevo vecino, los veo cada vez que paso por aquí pegando ladrillo, voleando lasca y tasquil por todas partes sin terminar la obra.
En estas calles, sobre todo loma arriba, he visto que están edificando más de lo habitual, ojalá el trabajo mejore porque muchos en Medellín han emigrado a explorar selva en el Chocó, la queja es unánime.

Me detengo a observar el rosal en la única esquina –varias cuadras a la redonda-, donde hay un jardín. Siempre que paso por allí hago todo un ritual:
Al cerrar los ojos respiro profundo, comulgo con su perfume mientras rezo a la vez una sacrílega oración. Luego, limpio con la punta de mis zapatos el mantillo que hay abajo en el pretil, con las manos ajusto el cancel de la verja para que no entre alguien a robarse la rosa roja, sobre todo en las épocas que florece, que es cuando la contemplo en todo su esplendor recordándome los versos del poema de una amiga venezolana:

“Si me arrancas sin permiso
  Lastimado has de salir,
  Con espinas como erizo
  Seguro te haré sentir.

 Porque rosa roja y suave
 Con perfume encantador,
 Aunque pura soy salvaje
 Y te haré sentir dolor"

Suficiente para mí, con este mensaje como advertencia, el impulso de llevarme la rosa queda en `Stand by’ hasta la próxima estación. Me gustaría grabar los versos a la entrada del jardín para que otros también lo entiendan, y no paguen su tentación con sufrir.

 
3.) Hay días en que los números nos persiguen y hasta en la noche anterior sueña uno con ellos. Es como si el subconsciente o el inconsciente o el que siente y todo lo ve, los tirara en la frente como barajas de naipe a quien quiere marcar con un día de suerte; ¡buena o mala la da el crupier, hay que probar!

Hoy me está pasando eso mismo. En la mañana desperté con el número 1253 entre ceja y ceja, como si fuera un tercer ojo. Fue la primera imagen que me llegó a la cabeza  no sé por qué. El resto del día me he tropezado con esos cuatro dígitos por todas partes:
En el cielo, después de la lluvia apocalíptica del mediodía, los vi en las nubes que se  fueron formando cuando escampó. Me los encontré de sopetón en las placas de los carros, en las cenizas de los cigarrillos, en los recibos de las facturas que pagué, en las colillas de los talonarios; incluso lo alcancé a percibir en un hueso roído que hay en la calle y hasta en la sopa de letras que me tome en el almuerzo. Por agüero debo hacerlo en chance o jugarlo en la lotería.
No me caería mal unos pesitos demás, ya que lo poco que tengo me lo he ido tirando al perseguir por toda la ciudad -con mis juegos de espía-, al `honesto impostor ´.
Ya le está sonando la alarma a la caja menor y lo malo es que ya no hay salario mínimo que alcance para cubrir mis necesidades, el empleo informal está cada día más tenaz. Al paso que andamos vamos a quedar de totuma; mejor dicho, estamos de mano extendida.

Este día fue muy extraño, no sabría cómo llamarlo si bizarro o disfuncional, lo que me pasó en la tarde fue como para Ripley, parece de película o de un mundo paralelo, misterioso:
Cuando fui a comprar el billete de lotería con esos guarismos; se me acercó una gitana embambada en bisutería de Swaroski, y sin más ni menos, ni decirle nada yo, me dijo así con su cantarina voz:
-Ese número va a ganar por la lotería de Manizales un 16 de abril pero no se de qué año. Hoy no será, podrá ser el próximo-  Me miró con sus ojos hechiceros, me guiñó el izquierdo marcado y se fue como vino, en un cálamo.

De todas maneras lo compré, la esperanza del pobre es un billete de lotería.

Tener o no tener dinero es el problema, el meollo del asunto, el dilema de la vida. Vivimos en tiempos donde todo cuesta, hasta el amor tiene precio, no se le puede notar el hambre, sería el más grande error, lo pobre avergüenza. Ya el romanticismo pasó a un  segundo plano, lo honesto en una relación se ve cursi, no esta “in” dar flores  mucho menos serenata (y esos detalles cuestan más de un salario mínimo) Y ni qué hablar de un poema escrito con sentimiento en una carta, eso es mañé, está “out”. Lo material se impone como regla general, si no das esto o aquello no cuentes con lo uno y con lo otro. La economía del amor divide y resta, solo suma y multiplica cuando los ceros están a la derecha.
Si no tienes con qué sostener una conquista estás condenado a amar en silencio, a pasar desapercibido en los corazones que deseas; no hay cupo para ti en el viaje de la fantasía y en el mundo de la ilusión estarás perdido. Solo te podrán querer como a veces quieren a los huérfanos… Con pesar y de lejitos.

Hasta llorar cuesta, las lágrimas tienen su peso y si no puedes comprar un alma que lo aguante estas próximo a reventar, a quebrarte en pedacitos; no te sirven ni los sueños porque es mentira que son gratis; a ti, a él, a mí y a todos nos los cobran sin piedad por ventanilla.

El dinero lo puede todo (así digan lo contrario los libros de autoayuda) sobre todo el dinero bien habido, o ese que al menos aparenta serlo, da más tranquilidad, quita los nervios, no hay tanta paranoia; el otro en cambio, ese que llaman caliente aunque tenga teflón, se quema solito, es muy flojo, muy volátil y siendo casi todo verde está manchado de rojo, es el que más ensucia las manos y corta los dedos, es la ilusión de los tontos y la pesadilla de los cobardes, es preferible morir de hambre, de amor o necesidades antes que tener dinero del crimen y del narcotráfico. Un mafioso, por mucho dinero que tenga, sigue siendo el más desgraciado de los pobres.

Tener o no tener dinero es más que un problema, una dualidad económica que nos abre dos puertas: las del cielo o las del infierno, cada quién que escoja su maniqueísmo preferido.

Cuando el dinero falta, está escaso o simplemente no lo hay; todos los caminos conducen a rezar en las iglesias o al menos a intentarlo. Los ateos son los que mejor lo saben (o sabemos), necesitan una respuesta donde quizás el silencio que es la voz de Dios la pueda dar… Yo la he escuchado y creo que también el que espío lo ha hecho, porque lo he visto (con estos dos ojos que se los han de comer los gusanos ¿o será que me creman?), entrar con una humildad Benedictina, una que otra vez en la iglesia de Guayabal antes de llegar al trabajo -aunque después al salir comulgue con buñuelos-, lo que no hacía recién llegado cuando pasaba por la de Santa Inés.


4.) Hubiera querido mejor no encerrarme todos estos días de rebeldía conmigo mismo, sin querer hacer nada ni investigar lo que está haciendo el nuevo mejor amigo de Astrid.
Debería haber ido a la entrevista para ese empleo que me ofrecieron como vigilante en un parqueadero ganando dos salarios mínimos, nada raro que ya alguno se me haya adelantado -el que menos corre vuela, decía mi abuelita-

Estoy lleno de incertidumbre, parezco un preso caminando como un péndulo por todo el corredor.
De vez en vez me asomo por el postigo de la puerta a ver la novedad en la calle, observo en silencio como si fuera un fantasma en el marco de un retrato:

Un loco pasa gritando, que si lo matan está noche se va a enojar muy seriamente con todos y no volverá a invitar a nadie al cumpleaños como represalia.

Tres muchachas que aún estrenan juventud, lucen preciosas sus camisetas y sudaderas “Tutto colore” para ir a practicar su calistenia. La de la mitad lleva una sutil cofia que le recoge el pelo al estilo de las mujeres antiguas, se parece mucho a la gitana del otro día, siendo ella con sus mismas facciones pero más joven, de pronto es su hija.

Al que le dicen el carnicero, ese muchacho díscolo, malo, que mata a cuchillo; ha pasado varias veces con fuego en la mirada y los labios resecos como si hubiera comido tiza, debe estar empepado de roches o seconal, quién sabe a quién querrá hacerle daño o se lo harán a él.

El de los limones se me acerca, viene cada ocho días, lo atiendo sin abrir la puerta, me dice que hoy trae la docena a mil o las tres en dos, yo no sé porqué se las compro si por pesar o por aprovechar la ganga, sabiendo que escasamente utilizaré media en esta semana, los restantes se dañaran como mi suerte.

Un pique en una moto, un pillo que la maneja, un altavoz que retumba en los oídos vendiendo manzanas.
Uno de cachaco que empuja un taxi o el taxi lo empuja a él, va en bajada.
El espanto que no falta y casi siempre veo a esta hora diagonal en la esquina, debe ser del que vendía ponche chino porque jamás se volvió a saber de él.

No quiero mirar más, ¡para qué! con los gritos que vienen del solar de atrás y con los llantos de ese bebé de la vecina, a quién tal vez no le hayan dado el tetero, es suficiente para enloquecer.
 
No pude, no aguanté más mi encierro voluntario. A regañadientes me fui para Belén San Bernardo el barrio donde realmente vivo. Debo alejarme de todo, esconderme si es preciso que es en realidad lo que hago cada vez que vuelvo aquí, huir de mis angustias existenciales, de los complejos de mis otros yo, de este yo saturnino, de los porqués y para qué, del agente 007, de Bond… James Bond.

No más al llegar, como si adivinara, me está esperando José Luis, uno de mis pocos amigos  que me salva cada vez que estoy en la inopia. Sin dejarme respirar un nuevo aire me pide que lo acompañe en su taxi a hacer unas vueltas donde uno de sus tocayos. Con esto me quiere decir que vamos para el aeropuerto José María Córdova a recoger un encargo que llegó de Miami por el correo de las brujas, unas chucherías lo más de queriditas como diría mi tía Angélica.

¡Sálvame Joé Luis! Es la suplica silenciosa que mira en mi rostro cada vez que lo encuentro y él la entiende con solo verla en mis ojos. La necesidad tiene cara de perro tuerto e idioma propio.

Lo sigo sin chistar. En el viaje que atraviesa la ciudad para ir al oriente, miro con tristeza la cantidad de jóvenes en muletas y sillas de ruedas repartidos con sus desdichas de metrópoli por los barrios que vamos cruzando. Parece una plaga. Me traen a la memoria esos escabrosos años de los ochenta donde la adolescencia perdió su rumbo.
Un montón de perros sin dueño acentúan el presagio de que en la ciudad está pasando algo malo, que la juventud se para en las pestañas con los ojos cerrados disparando a diestra y siniestra sin querer comprender que para vivir bien no hay que vivir mal, como dijo alguna vez ¿Cantinflas?

Él se ríe mientras me mira por el rabillo del ojo, y en una mímesis absurda trata romper el hielo de mi mal humor.
Yo no dejo de hifueputiar mentalmente casi todo el trayecto, me da inquina esa burlita socarrona pero le tengo cariño, lo estimo y lo aprecio, sé que lo hace para levantarme la moral. Soy yo el que a veces o por momentos pienso mal, él tiene la experiencia de lo que es estar en el suelo y levantarse antes de que le cuenten 10 segundos, sabe lo que es el triunfo y la derrota, aguantar y resistir, dar golpes y recibirlos, es un gran maestro de la vida, aprendió a vivirla cuando fue boxeador.

Al llegar al aeropuerto, ya se me ha quitado tres cuartas partes de la rabia y hemos compartido más de seis chistes, una broma macabra y dos burlas a la humanidad. Pero al entrar, como cosa rara, aquí también se me apareció el tal bodeguero pero como ayudante de chofer ¡Sí señor, así fue!, él también estaba haciendo su mandado por estos lados. Descargaba, con la lengua afuera, una mercancía  para entregar en una de las bodegas. La fatiga se le marcaba con mil gestos, y el cansancio sudaba por él. No creo que me estuviera siguiendo; por el contrario, más bien mi destino sin proponérselo lo estaba haciendo. Deduzco por iniciativa propia que ya tiene nuevo oficio y es el de ayudante del conductor. Ahí va progresando, ojalá también le hayan aumentado el sueldo porque trabajar en la calle tiene más riesgo; lo digo por el clima que es tan variable, un choque que no ha de faltar, un atraco pirata o ¡Dios no lo quiera!, una bala perdida como las que disparan a cada rato los chicaneros, la maldad, la ignorancia, etcétera, etcétera, etcétera.

Es asombroso descubrir todo lo que ha ocurrido a mis espaldas en estos días difusos, claro que nada me extraña como para sorprenderme más de la cuenta. Sé de alguien, a quien a sus espaldas le entró un elefante a la casa, y de otro, a quien  lo persiguió uno rosado ¿o era camuflado?... Como haya sido, la verdad es que eran elefantes.

Capitulo IV.

“El trabajo es el único capital no sujeto a quiebras”, reza esa sentencia y si el salario es justo son hasta sabias las palabras. Otra cosa canta el gallo cuando la esclavitud es el capital; ahí, la quiebra es de a de veras, principalmente en la espalda y sin remedio, la letra “ese" (S) es el nuevo herrar que ha hecho la escoliosis ¡Ayayay!

Hay sonidos como el ¡clack! de un control marca tarjetas que cual grilletes nos apresan en la rutina, y el chasquido mágico de unos dedos nos tornan libres de la mañana a la tarde o de la tarde a la mañana o de abajo arriba o viceversa o como sea maldita sea, ¡Perdón! Lo que pasa es que a mi ese ¡clack! me desespera por eso no trabajo como asalariado… 
¡Clack, clack!, es el ritmo que lleva un obrero cuando cumple un horario para ganarse el sustento. Injusto o no, el salario mínimo es tanto una bendición como una maldición (vuelve y juega la dualidad al anatema), es lo que hay y viéndolo bien, un poquito mejor que antes, sin desconocer que debemos mejorarlo antes de que el ratón se coma al gato señal de revolución; porque bueno es culantro pero no tanto y no hay mal que sea secular ni cuerpo que esté dispuesto ¿me entiendes Méndez o te explico Federico?

Después de esta reflexión que podríamos llamar: "Lamento laboral con su pregunta y llanto" vuelvo de nuevo a la misión que me he impuesto.


Una nueva ronda me lleva a seguirlo por sus lugares habituales, he abierto un paréntesis hace casi seis meses, presiento que muy pronto tendré que cerrarlo y hoy, que será un largo día, me dará al final el arco para hacerlo.

Madrugo más de lo normal pero el “ayudante de conductor” se me ha adelantado, eso pienso porque no lo veo haciendo la fila para el colectivo.
Voy hasta la fábrica (donde él y otros se quiebran el lomo todos los días), para tratar de entrar y averiguar -si es posible con el mayor sigilo-, por su nuevo oficio o si fue solo un reemplazo ocasional.

En la puerta me detiene un portero calvo de malas pulgas que hace un esfuerzo por ser decente. Al hablar se le nota la pereza y las palabras se le traban en la lengua, le salen como escupiendo gargajos y por un milagro le suenan tan bruscas como amables:

-¿Qué necesitas? ¿A quien buscas?- De signo a signo arrastra las preguntas sin dejarme llegar. Lo miro sin contestar, no me salen las palabras, me cogió fuera de base, no entiendo que hago allí.

Un hombre más bajito que yo, golpea bruscamente con su cuerpo mi hombro al salir, lo miro fijamente, no se inmuta ni me pide disculpas; aferra con sus manos un pequeño bolso de cuero como si cargara un revolver o algo así, parece de mala calaña, algo le fastidia; es como si hubiera venido a hacer un reclamo y salió mal parado; de su mal genio soy su primer paganini.
Inmediatamente, por la misma puerta entra uno más alto y como mas amable que trata de saludar al que sale pero el mala clase no le atiende.
Dos más entran a la par, el uno lleva lo que parece una torta de cumpleaños, la otra unos vasitos plásticos y una mega Coca-cola. Observo al fondo, y veo en ese instante a la mujer más hermosa que haya visto hasta ahora, mastica con su boca la punta roma de un esfero, tiene el pelo recogido con un cauchito y en la mano izquierda lleva un cuaderno de ositos de peluche en la portada. Instintivamente ella me ve y por inercia se queda mirándome, debe ser por la ley de la atracción -creo yo-, ojalá que sí; mas, solo fueron apenas unos segundos que hice eternos o quise que así fueran.
Hubiese sido capaz de quedarme ahí para siempre, si ella no me hubiera dejado de mirar al cambiar el rumbo de sus ojos, hacia donde acababa de llegar el nuevo ayudante de chofer de Tutto colore, a quién saludó con una sonrisa coqueta sin despegar de sus labios el esfero y el secreto que esconden. Él se sonríe, se sonroja, le hace una señal involuntaria con la nariz como la hacen los tímidos, sigue sin detener sus pasos largos, pasa cerca de mí, ignorándome como siempre. Ella aún lo está mirando, se traga uno a uno sus pasos sin pausas, él se sube a una camioneta donde un señor afanoso y canoso lo está esperando con el motor encendido… No fue un reemplazo ocasional, lo de ayudante es su nuevo oficio.
Observo nuevamente al portero que tiene el ceño fruncido con un acertijo en su entrecejo, me mira raro, le digo disculpe, me equivoqué… Me voy por donde llegué.


Mientras el reloj da giros en círculos viciosos, doy vueltas por el centro disimulando a cada paso no parecer un loco. Aún es temprano, no obstante siento como los segundos se van mascando los minutos sin digerirlos, no quiero irme al barrio para después volver, mejor me quedo por aquí así sea juniniando, el tiempo pasará volando.

Caminar por el paseo Junín es agradable a cualquier hora, es de lo más típico paisa, hay en ello cierta sensación de desapego. Cada quién, en esa calle se siente libre y fresco, se desinhibe, el aire se recrea y en caracoleos invisibles parece acariciarlo a uno sin estorbarle. Las mujeres se ven más bellas, la luz les favorece, caminan como si llevaran el cielo en sus pies, tienen la gracia y el donaire de las diosas y dejan a su paso un encanto que conquista. El ojo verdaderamente se recrea con tanta belleza.

Ocurre todo lo contrario caminar por la calle Palacé: hay ojos al acecho, uno se desespera, camina veloz como si corriera; el ruido penetra por todas partes, los buses pitan como si también quisieran salir de allí en bombas, rápidos y furiosos, es una calle estrecha y es quizás, por lo apretujada que huele maluco, a miaos de esquina, a freno seco, a chirriar de llantas. 
En otros tiempos, fue la calle de la rumba, el despelote. La salsa bravísima al ciento por ciento era la dueña, fue común en sus noches ver bailar a Chucho Boogaloo, a el TavoVilla, a Zalo, con sus zapatos cocacolos o quesitos -como los llamábamos- y esas pintas de bacanes arrebatados.
Los bares de Brisas de Costa Rica, el Aristi, el San Jorge, Tibiritabará, Bula Baya, Perro Negro y muchos otros fueron testigos de los tira pasos, las caídas de la hoja, el pasito tum-tum. Pero a esos templos del contento nocturno, del gozo epicúreo, del desfogue hedónico, les fue llegando la hora, lo caliente fue quemando, y hasta una granada cierta vez en el Brisas de Costa Rica tiraron, creo que por eso fue que se lo llevaron para la calle Téjelo, entre Juanambú y la avenida de Greiff. Los otros metederos con tanto ajetreo, también se fueron yendo con sus “alcapones”, los discomanos o “diyeis” (d.j.) -como los llaman ahora-, para no volver. La mafia en su apogeo dañó el parche. El único de esos bares históricos que aún existe es Brisas de Costa Rica que es donde seguro terminaré en la noche…

-¡Sigan, sigan  Caballeros… la buena salsa!-  

A la avenida Oriental, la de más rutas, le pasa casi lo mismo; desespera igual que la de Palacé, arrincona los nervios, así sea más amplia y central. Es más peligrosa que un enano furioso con una barbera, el pavimento está lleno de estrellas negras.

Junín es mejor en todos los aspectos. Todo queda cerca; es delicioso desayunar en “Versalles” con empanaditas argentinas, súmele un café con leche espumosita e hirviendo con mesura. Al mediodía, almorzar un “vaquerito” o una hamburguesa con todos los fierros en el Oeste. Después, para reforzar la tarde, tomar el algo en el Astor con los moros de “sapitos” y un sabroso jugo de mandarina es imperdible. De solo pensarlo se hace agua la boca, probarlo es mejor.

Al parque Bolívar se llega en par patadas, allí iré a almorzar esta vez, cuando llegue la hora. Lo haré en la Góndola un restaurante popular donde se consiguen “corrientazos” baratos, ajustados al bolsillo del pueblo. Ahí también he visto al nuevo ayudante “tanquiando” algunas veces, y diagonal al parque -después de que termina-, va a comprar unos cigarrillos extraños como lo es también el  almacén donde los venden, debe ser la única parte donde se consiguen. Yo, en un principio cuando él llegó, pensé que los hacía con revolturas raras, lo juzgué mal por el olorcito que emanaba de ellos al fumarlos.

El parque de BerrÍo queda dos o tres cuadras más abajo. La iglesia de la Candelaria es de lo más emblemático, la visitan a diario justos y pecadores, es una costumbre genética. A un costado del parque, se encuentra el almacén flamingo donde le fían a media Villa de Aburrá. “El almacén que fía… Porque en vos confía” dice el eslogan, casi todo Medellín esta allí enquimbado.

No muy lejana está la iglesia de la Veracruz. En sus alrededores se reúnen de tiempo atrás, las fufurufas tradicionales, casi todas veteranas; las más jovencitas que se estrenan, muy pronto se las van llevando -antes de que les gasten sus encantos-, para otros lugares más caché. De verdad que le han prestado con esfuerzo y sacrificio un honorario servicio al departamento, de ello dan fe todos los montañeros y “pájaros caídos” que después del culto pecan y empatan como condenados.

En estos  sitios, converge siempre mucha gente de todos los pelambres, hay de todo, como en botica. La letra del tango Cambalache se retrata fielmente en un mínimo de sus estrofas. En estas zonas queda el ombligo de Medellín, se parte el centro en dos, igual como lo hace el río con la ciudad.

Si me pongo a hablar de Medellín y sus lugares me quedo aquí escribiendo de ellos por el resto de mi vida. Todos tienen su historia y su embeleso, sus propios fantasmas, de regionalismo no se trata, justicia es la palabra. Hay un sabor especial, una esencia decantada en ser Paisa, no cualquiera tiene el poder y la virtud de nacer en cualquier parte fuera de aquí sin dejar de serlo; los paisas lo logran, son paisas así nazcan en Nueva York, Londres, Roma, Madrid, Miami o Constantinopla. ¡Paisa es paisa!


Andar conjurando la pobreza como siempre lo hago, en días como estos es temerario. Cuando las sombras acechan me gusta deshojar mis desencantos como pétalos de margaritas, me importa un comino todo cuando más debería importarme. Esta displicencia siempre la he sentido al ir terminando el día, es más fuerte que yo, no la puedo evitar.
En cierta ocasión alguien me dijo que yo era un alambicad. Por ignorancia me ofendí, me sonó mal, casi lo apuñalo… Sé que tuvo razón. Bendito el Señor mi Dios que dobló el cuchillo al desviar mi mano cuando casi le entra en el corazón.


Ya es de noche. Y como es hábito al perseguir al nuevo vecino -que ya no es un extraño-, termino cada quincena en este bar bebiéndome el tiempo como lo hace él; la diferencia es que yo soy abstemio y debo hacerlo a punto de Vinol, Ginger Ale o Canadá Dry, cuando toca, toca.

Antes de entrar, me da lastima ver a un indigente semidesnudo que camina sin rumbo por el callejón empedrado, esta perfumado en alcohol, el tufo es fuerte, se adhiere en la conciencia como si yo fuera parte de la culpa. Me es inevitable, por algunos segundos, crearle un pasado imaginario de lo que pudo haber sido y no fue, descubrir las curiosidades de los “fueques” que hoy si son. No me gusta sentir lástima, es mejor sentir rencor por los que mal nos gobiernan ¡El Ángel de la Guarda lo guíe!

Hoy está eufórico el nuevo ayudante, lo vi a la entrada en la mesa izquierda, donde casi siempre muy cerca hay un señor en silla de ruedas que mira como si no mirara.
El ex bodeguero está dispuesto a emborracharse, tiene una botella de aguardiente servida, está casi media, y mueve los pies como si afilara los zapatos uno con otro, me da la impresión, a ojo de buen cubero que no quiere ir a trabajar el día de mañana o lo echaron, o renunció; no gasta afán, está más raro que nunca, los pies siguen afinándose.

Hace como un mes, aquí mismo en este lugar: Brisas de Costa Rica; le vi temblar como una gallina asustada, fue muy sutil, parecía como si se fuera a enfermar o le hubiera caído el trago mal, no le obedecían las piernas, así lo noté cuando dejó de conversar con Cara de Cuervo (un tipo que tiene el dedo gordo de la mano derecha parecido a un gatillo, y que al mirar lo hace, como si tuviera las cuencas vacías), le dio un abrazo redentor absolviéndolo no sé de qué, luego se fue, después de él, cuando pudo caminar.

No veo casi gente nueva, las pocas veces que he venido, distingo los mismos:
Un don nadie panzón que podrá ser importante pero yo no lo sé, habla con sus duendes invisibles moviendo los labios como si empujara las palabras para dentro, su salud no debe estar muy bien.

Un joven con rostro en forma de compás y los dedos de las manos largos como lápices, al besar a su novia gira su boca casi 180 grados, debe ser ingeniero o algo que tenga que ver con las matemáticas.

Alguien más que no deja de sonreír en la mesa de atrás, alto y patillón, parece una fotografía de los setentas, se para a cada rato para ir bailando al orinal, son elegantes sus pasos, finos, como los de los bailarines de vals.

Una señora de botas y no devota de ningún santo, pisa fuerte con sus puntillas de tacón como si estuviera matando cucarachas, se hace notar con su peinado alto, me encanta su forma, estilo y elegancia. Es muy original, pero me da la sensación que la dejaron como novia de pueblo, esperando y con los crespos hechos. El que no vino fue el que perdió.

Los que más me sorprenden son una linda pareja un poco disfuncional. Ella es obesa pero muy bella. Impone en su mirada una tristeza por una pena o algo que le atormenta. No debería hacerlo porque el que la acompaña se ve que la ama más de la cuenta, la acaricia muy tierno como si ella se fuera a quebrar, bailan juntitos el bolero “Mucho Corazón” de Benny Moré. Antes bailaron uno de Toña la Negra.

El disc jockey maneja el ambiente a su antojo. Conoce el gusto de los clientes y sabe con qué canciones le pone salsa a sus emociones. Desde la barra en cuyo fondo hay un retrato del Papa Santo, divisa a todo el que va entrando, y así va programando la noche.

Suena “Che-Che colé” de Héctor Lavoe (el cantante de cantantes) para el loquito enamorado que camina tan rápido que parece tener una bocina en sus pies ¡pi, pi!. Entra mínimo una vez en la noche a mirar a la dueña de la sonrisa más exquisita y se complace con verla fumar el cigarrillo que le acaba de comprar, como si fuera una flor para conquistarla. La mesera siempre le sonríe, le sigue el juego mientras lo mira con cierta compasión.

A Danny, el cucho travesti  que hoy se ha vestido de rojo punzó y lleva en su blanca cabeza una bandana, siempre le hace sonar una parte de la charanga que le recuerda su estado pasado, este presente y el futuro irrevocable. Él se contonea por todo el salón con su chaza de ventas que trae colgada al cuello, nunca mira ni saluda al honesto impostor, ni siquiera le ofrece ninguno de sus productos, y a la mesera le quita de sus labios la sonrisa. Algo debió pasar entre los tres, cuando a mí se acerca le compro una cajetilla de Lucky sin filtro cinco letras, es el único que los vende, son muy escasos, ya no se encuentran tan fácil; tongoleándose vuelve y se va, terminó la ronda.

Cuando suena “El Pollino”, el mambo de Cesar Concepción, casi todos se quedan en silencio, como si estuvieran de acuerdo en que ese es su himno. Los pies se empiezan a mover lentos sin levantarse de sus asientos, como si fuera una marcha militar; luego, van cambiando de cadencia al alimentarse de sus compases, las cabezas se levantan erguidas y aspiran el ritmo que les invade por todas partes. Es igual a una ceremonia donde el sacerdote les pone la santa ceniza con toda la curia del caso, solo que esta vez no les dice:

-Polvo eres y en polvo te has de convertir-
 Si no:
 -Sé feliz, conviértete, peca y baila-.

Carmelo tiene pinta de bailarín pirata, parece un serafín y más que una casualidad así se llama en verdad su hermano gemelo. Donde yo estoy –aunque no lo vea- él siempre está, me vigila a toda hora, es mi propio espía personal, tiene el poder de aparecer de cualquier forma y cuando menos lo espero, llega. Unas veces se trasforma en un mendigo, otras en un ricachón, pocas en buen ladrón y la mayoría en justiciero. Hoy quiere ser el rey del boogaloo, lo próximo que escriba será sobre él.

Los que a veces bailan, son hombres solos. Son espontáneos que hacen danzar sus pies para no entumecerse, y para burlar los calambres (eso dicen cuando lo hacen) Se alebrestan por turnos, es un factor muy común en estos bares. Al vaivén del lúpulo y su sabor amargo, con sus lenguajes parroquiales refraneros, un manojo de soledades se hacen compañía por unas horas y el baile los identifica, les pone su sello propio, todos tienen su tumbao, unos con más swing otros más pegaos.

La calle hechicera, punzante, seductora, peligrosa, aroma de malevos emana sus sabores. Almizcle, papaya, bagre; chunchurria, morcilla y mango llegan entremezclados como vahos que se depuran en busca de otros rincones. Los de aquí, con su música y anís les llama más la atención… Así huele Téjelo por fuera y por dentro.

Un calendario de bolsillo con los días de seis meses tachados con una equis, recojo del suelo no sé porqué. Me lo encontré camino al baño, no dejo de pensar que tiene su historia, quizás es de un marido ansioso que lleva la cuenta del embarazo de su esposa y están esperando el nacimiento de su primogénito, no ven la hora de  que se acabe esa espera…Si esas equis hablaran…

Me llaman también la atención los letreros en el baldosín del sanitario, no los había visto antes; uno de ellos, el del frente dice:

“En este lugar tan sagrado
Donde viene tanta gente,
Hace fuerza el más cobarde
Y se caga el más valiente”

El de la derecha reza:

“Los escritores de baño
Son poetas de ocasión;
Que buscan en la mierda
Su fuente de inspiración”

Mi bisabuelo Marco Tulio Roldán –que en paz descanse-, me enseño que la pared y la muralla son el papel del canalla, y por ello, estos versos, se inventó:

El que quiera escribir
Y no tenga en qué,
Que se escriba en el culo
Y no en la pared.

El grupo Niche a la cita no puede faltar, su canción “Busca por dentro” es poesía pura, el sentimiento se hace gelatina y los amores viejos y nuevos tiemblan a la par, `un orgasmo auditivo’ eso es.

“Micaela” de  la Sonora Carruseles sigue la cuenta de la inspiración del discomano, cuando este dúo suena en el santuario de la salsa es porque han llegado la pelirroja y su amiga Nena, es inconfundible la señal; casi siempre acompañan al nuevo ayudante y hoy parecen celebrar, ellos sabrán de qué.Vuelvo a la mesa.

Un señor de color que lleva bajo el brazo un cartapacio, acaba de llegar, se estaba demorando, se le ve sonriente (en este bar todos sonríen, es como si hubieran escapado de un infierno al encuentro de sus compañeros de llamas). Con un gesto saluda hacía las mesas de quienes lo conocen y con un ademán de su brazo, sin soltar el cartapacio, a quienes no han tenido el gusto. Su porte brilla por él, a veces pienso que es un escritor.

Sórdido se torna el ambiente cuando se acalora. La gente se siente estrecha al pasar las horas en un mismo lugar, algunas sonrisas que van y vienen también se vuelven serias, los problemas del país muchos quieren solucionar en medio de los tragos, la política también se mezcla con la salsa, es un punto común que domina ciertos instantes y en estos bares no es la excepción, la bohemia esta en todo su fervor.

Se va acabando la noche, la discusión es parte de la nómina, el tintineo es eco de fondo, la sociedad tiene mil colores, hablan como si tuvieran un nido de avispas en las bocas. Divagan reflexiones en la mesa contigua donde un forastero se para como un langaruto en el lugar equivocado, escuchando la conversación ajena de dos que discuten hasta la jartera, es el  alcohólico que nunca falta y entra siempre de espanto, vive más perdido que embolatado, todos le conocen y le aguantan, nunca es agresivo.

-¡Endémica es la maldad en este país de mierda!- grita uno más alto que el otro dando un manotazo en la mesa sin dejarse ahogar la voz.
El langaruto se asusta, da media vuelta, piensa, piensa hasta que se va sosteniendo con su mano derecha la media de alcohol que lleva en su bolsillo de atrás.
Lo bueno es que el d. j. lo nota, sabe que es normal que esto ocurra y tiene la formula que le ha dado la experiencia para calmar los ánimos, la música es la respuesta; no taca burro con el descuido y actúa rápido, coloca con sabiduría “Montaña rusa” de Henry Fiol y es como un sedante que hace entrar en trance hipnótico a los más alborotados… De todo se ve en la viña del Señor, sorpresas te da la vida y aquí en Medellín todo puede pasar. En mi bitácora debo anotar el milagro de la epifanía que no se hace esperar:

Sin pensarlo más -mientras sigue sonando el sube y baja, baja y sube de la “Montaña rusa”-, el nuevo ayudante se lanza al ruedo como si estuviera en una corraleja. En medio de la pista de baile se desgonza, canta y baila como si nadie lo estuviera viendo. Abre un arco con estilo para cerrar un paréntesis, da media vuelta resbalando con suavidad métrica sus pies en las baldosas, parece como si hubiera ensayado esos pasos hasta la perfección, deja a todos con la boca abierta mientras lo aplauden; cruza su mano izquierda en medio del pecho, hace un semicírculo con elegancia, cogiendo impulso como si fuera a volar y... empieza a flotar… levita… ¡estrenó el camaján, ya está jecho!… Ecce Hommo.

Autor:PASSOFINNO

Medellín, Antioquia, Colombia






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