(Dibujo: Passofinno) A veces pienso -cuando escribo- que ya todo está dicho, que las palabras de tanto usarse se han gastado, que las frases se calcan unas a otras, que los fonemas de ser tan distintos se volvieron iguales. Parece que todas las letras fuesen una sola. Cuando leo algo; un artículo de una revista, un verso de un poema, un cuento en un libro; me da la impresión de que me han robado las frases o que yo se las he copiado a otros. Me da la sensación de que yo no soy y otro soy el que soy. Es como si el dueño de la literatura estuviera jugando con ella a la rayuela o a los dados. Es como si la contemplara con un sadismo silvestre, con un maquiavélico divagar en su círculo vicioso, en la repetición de la repetidera, en ese reciclaje intelectual de nunca acabar. Nos llenamos de lugares comunes, de los mismos asombros, de los previstos finales, de un afán imperioso de sobresalir, de ser aplaudido; de ser el dios del intelecto, de peinar constantemente el ego en lo