(M.R. d F.)
Fue un día de mercado, de aquellos que cuando uno se levanta sabe que si dispara un tiro no dará en el blanco: La cara triste, pelo reblujado, arrugas como de ciruelas pasas; así de ese tamaño tenía hasta la mirada.
Estaba desencajado, a medio despertar, y para colmo de males sin ganas de ir al centro comercial porque los odio cuando tengo poca plata.
Pero ese día iba a ser de no olvidar. Un olor como salvaje irresistible, suave y silvestre a la vez fue percibiendo mi sinestesia, debía seguirlo, marcaba la ruta al supermercado.
Juro por Dios que el cielo bajó para ver su paso fino. El viento se colaba en su cabello contemplando cada mechón. Impregnó todo de su esencia. Era ella, la del aroma...
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