(Foto:Passofinno)
Más que unas ganas de escrbir, es una imperiosa necesidad de hacerlo, es como la urgencia incontrolable de ir al baño, o de comer, o de hacer el amor, o de dormir. Pero peleo contra esa necesidad, no quiero que me domine, no quiero que me obligue. Mas, definitivamente me vence; aliada con el tiempo apabullan mi pereza intelectual.
Busco otras ganas que esten libres de todas estas necesidades, que me hagan sentir la dualidad de amar lo que hago, mientras lo odio por hacerlo.
Escribir es bueno cuando tengo a la loca de la casa apoderada de mí, de mi sentir, de mis pensamientos de mis sueños; poque me invita a su juego de palabras, es como si me las dictara a través de un eidilon, y fluyen en medio de mis asombros sin que yo tenga idea de adónde me llevan, simplemente el Panta rei es la nave donde navego con ellas. Hasta ahí es bueno, sin importar el destino que se va creando en medio de los renglones e incluso debajo de ellos. Las entrelíneas casi nadie las lee, pero están ahí enfrentando el intelecto del lector y otras veces burlándose de ellos. Lo malo de escribir es que se va apoderando de todo, todo empieza a crearse de la nada, hay mucho ruido al construir y el cansancio y la fatiga llegan de inmediato.
Detesto esas ordenes cerebrales de los númenes que son como látigos para esclavos, ahí es cuando me rebelo y dejo todo empezado, no quiero voces en mi mente, ni alter egos queriendo rebelarse y brotar como locos de mis celdas de la memoria... Nunca termino nada de lo que comienzo, como ahora lo hago nuevamente con este intento de no sé qué...
Detesto esas ordenes cerebrales de los númenes que son como látigos para esclavos, ahí es cuando me rebelo y dejo todo empezado, no quiero voces en mi mente, ni alter egos queriendo rebelarse y brotar como locos de mis celdas de la memoria... Nunca termino nada de lo que comienzo, como ahora lo hago nuevamente con este intento de no sé qué...
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