(Foto: Passofinno)
Ella llegó contando los pasos como si se le fueran a acabar. Levantó la cabeza antes de tocar el ding - dong. Dudó unos instantes, había pasado tanto tiempo desde la última vez en que lo había hecho sonar, que pensó mejor en retroceder y no tocar. Recordó ese día anterior como si fuera hoy, era octubre, noche de Halloween por cierto, estaba recién pintada la puerta de negro mate, olía a esmalte, y con el primer toc - toc se impregnó los nudillos de pintura, esa fue la causa para que él comprara e instalara un timbre en la jamba, un día después.
-¿Quién es?- Se oyó una voz masculina desde el interior
-¡Soy yo, la Mano Negra!- Contestó ella desde su memoria
Él aceleró los pasos tan rápidos como los latidos de su corazón, era ella con esa voz coqueta e irreverente y tan aguda como su inteligencia.
Volvió a dudar en tocar el timbre o en seguir recordando ese momento cuando él abrió la puerta y su disfraz de Arlequín sonreía en sus ojos de Gatubela. Fue un encuentro como ese primero en el que los dos se conocieron, la noche de velitas en que ella iluminaba el paso de la Virgen con destellos de luces como si fueran estrellas traviesas... Ahora volvía a un nuevo encuentro, otro más como los hubo en ese pasado donde el saludo era un beso en un abrazo que parecía eterno, sin final...
Mejor no recordar, se dijo para sus adentros, el olvido es mejor no reblujarlo porque te puede atrapar en las telarañas de la memoria, y la memoria igual que la verdad duele si ríes o lloras, porque la nostalgia se compone de cosas buenas y malas que recoge de los destinos.
-¡Ding - dong!- Timbró
(¿Continuará?)
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