Ese sermón de voz escatológica eliminaba toda razón que quisiera alimentar esperanzas de vida. Cuando las palabras salían de su boca eran tamizadas por el eco, desechando todo color que no tuviera sombra. Tánatos, muy atento a su conversación se las vestía a lo moderno en gótico y de negro; el hijo de la noche era otro testigo mudo de su decisión, le daría el óbolo y sería su compañía hasta la barca de Caronte. Esto fue lo que a ella mas la angustió de él, notó en su voz un tono diferente, un matiz extraño de ultratumba, como si el que hablara fuera un fantasma o una visión en cámara lenta, parecía que alguien del mas allá le dictaba las palabras, pero se resistió a decirle nada, le echó candado a su boca y la selló con sus dedos en cruz como si estuviera haciendo un juramento de sangre. No le quiso debatir sus argumentos, era su amiga y lo seguiría siendo `ad vitam aetérnam ´, así el por su efervescencia creyera lo contrario. Lo mejor era seguir escuchando a que se des
La idea es no callar, sólo se le permite al silencio hacer presencia cuando piensa.