(Dibujo: Passofinno) A La poesía... a veces siento que la odio. Cuando en sus páginas encuentro un poema y alguno de sus versos me sorprende; no soy capaz de seguir leyendo los otros, nunca termino un libro completo. En los versos que me detengo los quiero digerir despacio, como cuando come la gente culta y mastican su alimento muchas veces; dicen, que eso es salud y estética del cuerpo. Esos versos que así me llenan, no me dejan probar los otros, mi ansiedad tan glotona se los quiere tragar ¡Saber a que saben! pero el contenerme hace que a la poesía la odie. Detesto aún más a mi poesía cuando a la medianoche me despierta un prólogo con una línea llena de puntos suspensivos; una idea que vuela con alas gigantes de papel, un intento de frase disfrazada en versos o un incomodo resorte automático que levanta medio cuerpo de mi colchón de plumas y laurel. Y, como no repudiarla, si mi sueño placentero de la noche empieza su pesadilla cuando el tirano dueño de la casa de la poes
La idea es no callar, sólo se le permite al silencio hacer presencia cuando piensa.