La poesía a veces siento que la odio. Cuando en sus páginas encuentro un poema y alguno de sus versos me sorprende; no soy capaz de seguir leyendo los otros, nunca termino un libro completo. En los versos que me detengo los quiero digerir despacio, como cuando come la gente culta y mastican su alimento muchas veces; dicen, que eso es salud y estética del cuerpo. Esos versos que así me llenan no me dejan probar los otros y mi ansiedad tan glotona se los quiere tragar, ¡saber a que saben! pero el contenerme, hace que a la poesía la odie. Detesto aún más a mi poesía, cuando a la medianoche me despierta un prólogo con una línea llena de puntos suspensivos, una idea que vuela con alas gigantes de papel, un intento de frase disfrazada de versos o un incomodo resorte automático que levanta medio cuerpo de mi colchón de plumas y laurel Y, como no repudiarla, si mi sueño placentero de la noche empieza su pesadilla cuando el tirano dueño de la casa de la poesía y esposo de la Musa de mi
La idea es no callar, sólo se le permite al silencio hacer presencia cuando piensa.