Seguía insistiendo tocaba a la puerta y en cada toque se escuchaba de su corazón un lamento hasta la madera se contagiaba, parecían urdidos sollozos. Al fondo, acunada en el aire sonaba una canción atonal : ¡Ábreme la puerta! -¡Toc... toc... toc!- Por una rendija la miraba sin quererle abrir. Sigiloso, con pasos de ladrón me escabullía hasta el rincón de la cortina en un vaivén de aquí para allá. Por la rendija le veía su rostro agotado y seco yá de llorar y por el rincón de la cortina, la ventana me mostraba pedazos de su alma mientras el macho alfa recogía con cuidado mis sombras para que en el piso del suelo, no me delataran. ¡Toc... toc... toc! Esos golpes parecían suplicar un perdón, pedir un favor de un ingrato una gracia, un llamado de atención de unas rodillas que sangran pero mi corazón de piedra seguía ciego, sordo y mudo, la supuesta ofensa que ella me hizo ni con sangre se ha de lavar . ¡Toc... toc... toc! Igual a como hice con e
La idea es no callar, sólo se le permite al silencio hacer presencia cuando piensa.