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De anti editoriales y otros delitos

(Foto: Passofinno)

Después de leer algunos editoriales sobre diversos temas, donde la opinión toma rumbos por caminos asfaltados, por trochas y por atajos; queda la impresión de que toda solución propuesta al lector, no llega a su destino, ni conduce a la meta que habría de llegar.
Parece como si las palabras al ir tejiendo el texto se van descosiendo al final. La expolición se camufla en las frases, y no es por ignorancia ni falta de gramática, y menos aún de ingenio y creatividad por que de esto y más nos sobra a los colombianos; si no, que lo dicho se torna en pescadilla como un círculo vicioso que se traga su propia cola. Todo está bien escrito, pero nos sigue faltando los cinco para el peso, se requiere que el aforismo aflore con la credibilidad de la ¡Eureka! y no haya quien o porqué deba refutar. Se necesita un editorial que plantee el problema y que al menos nos oriente a la solución, sin dejarnos desviar a los sofismas ni a las entelequias.
De distinta forma todos los editoriales dicen lo mismo, y nos dejan un acertijo en cada lectura. Sé que hay un riesgo al generalizar, peo si leemos entre líneas y logramos encontrar la semiología que hay entre los espacios de cada palabra, podemos redescubrir que la guerra y la paz son los protagonistas del bien y del mal que nos aquejan, que están cabalgando hacia todas las direcciones y han permeado todo asunto a tratar.
Sin embargo, el bien y el mal se mezclan astutamente jugando a dos bandos. Se disfrazan, se dilatan, y los hilos que se destejen en cada argumento, manejan al bien y al mal como a títeres que lanzan piedras en los caminos asfaltados, enroscan maleza en las trochas y tienden enredos en los atajos. Es como si algo más estuviera detrás de ellos, y no digamos que son los extraterrestres para no perder credibilidad, pero algo aí está pasando.
Se publican editoriales, se escriben textos y notas, se busca afanosamente que los contenidos expliquen al detalle el porqué de las cosas; y pasa como en el drama de Sísifo que al llegar a su destino, la piedra se derrumba igual que las palabras en las columnas de opinión. Todo cae al abismo, y es necesario retroceder como en un túnel del tiempo para empezar nuevamente a encontrar las razones, que desde y antes de la Independencia, no hemos podido decantar para hallar la esencia de nuestra idiosincracia.
Llevo un tiempo pensando en como escribir un anti editorial donde lo que proponga en él, este de acorde con la opinión. Algo imposible de lograr. Por más que se intente inventar el lego en las palabras que edifiquen una verdad como la gran panacea, estoy casi seguro que así como puede ser un anti editorial no es nada raro que se pueda convertir en un delito o hasta en una grave enfermedad que ni el bálsamo del feo Blas pueda solucionar.
En el país de la felicidad también el bien y el mal pueden bailar, reír y gozar; la cárcel es posible para el inocente y el poder para los culpables, el sagrado corazón puede arder y no quemar o viceversa. Por eso, hoy no quise pensar más en cómo escribir este anti editorial, y me arriesgué sin anestesia a hacerlo sin freno, para ver si de pronto llego a donde deberían llevar los caminos.

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