(Foto: Passofinno)
"¿Cómo ha de tener autoridad en lo grande el que se muestra olvidadizo y negligente en lo pequeño? Nadie es responsable de las equivocaciones involuntarias; pero no merece nombre de escritor formal quien deja sustituir a sabiendas un yerro, por leve que parezca" (Historia de los heterodoxos españoles, por Marcelino Menéndez y Pelayo)
Me gusta escribir pero no soy escritor, lo intento sin saber, y debería comprometerme a serlo. Pero del dicho al hecho hay un trecho que se debe llenar con dedicación, entusiasmo, contemplación, asombro, fantasía, curiosidad, ira, amor, engaño, pasión, dolor, motivación, y como cosa rara -siempre paradójica- sin la preocupación ni el afán de llegar; haciéndose cómplice de la contradicción, de la pereza intelectual, de la eterna dualidad de la que están hechos todos los que escribimos desde la alcoba o en el sofá. El verdadero interés está en escribir por esa necesidad que no se puede evitar, con la que hay que cumplir como si fuera fisiológica o espiritual, o las dos a la vez.
Me considero mejor un escribidor, un juntaletras, o como alguna vez me dijeron: un tejedor de palabras que intenta aprender el hacer bien sus puntadas, identificando en cada nueva costura los lastres sintácticos. Aprendiendo en cada insomnio a caminar por los dédalos noctámbulos, a leer la simbología de los sueños y a cuadrar en la ortografía de la palabras, las matemáticas.
La sola palabra: ESCRITOR, me infunde un profundo respeto e incluso hasta un poco de miedo. La asocio con la autoridad, el poder, el bien saber para mal o parabién de quien la ejerce y la lee. Implica algo más que simples sílabas o fonemas, mucho más que responsabilidad, deberes o derechos; ese vocablo no es solo letras, ni es un título para presumir, ni inflar en el pecho con el superfluo aire del ego. No es gratuito creer que el cielo o los infiernos están siempre acechano debajo de su línea.
Ser escritor es ser un dios, un demiurgo creador de infinitos mundos paralelos que está por encima de su vanidad pero por debajo de la belleza, rindiendo honores como fiel vasallo de lo sublime. Es un dios esclavo de la imaginación, y el Numen es el dueño de su tiempo.Sus plabras son el Fiat que encajan con maestría y fantasía en los piñones de la creación, ni le faltan ni le sobran, siempre son las precisas; tienen el ritmo, la eufonía, la prosodia, y la sintaxis correcta. La literatura es su trono y la Poesía su universo, eterna va implícita en cada renglón.
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